domingo, 10 de julio de 2011

Nota sobre el Via Stellae 2011

La sexta edición del festival Via Stellae ha sufrido un recorte despiadado. Su presupuesto ha menguado un 70% y el número de conciertos ha pasado de 125 a 14; todos los conciertos que se celebraban en las localidades gallegas relacionadas con los distintos caminos han desaparecido y durante estas dos semanas solo habrá actuaciones en Santiago. Más allá de las cifras, la calidad se ha resentido irremediablemente, a pesar de la denodada labor de su director. Dos detalles menores pero significativos: el estupendo libro con el programa completo del festival ya no se edita y en el concierto inaugural no hubo para Ann Hallenberg, que derrochó generosidad ofreciendo tres bis, ni un mísero ramo de flores (sin comentarios). En 2011, desafortunadamente declarado por el gobierno gallego como el “Año de la música en Galicia”, el festival puede considerarse en peligro de extinción.

La culpa no está en la crisis ni en los odiosos mercados. Nada tendríamos que decir si el dinero que se dice ahorrar sirviera, ahora o en el futuro, para atender necesidades más básicas de tantas personas que lo necesitan. Pero no ha sido, ni de lejos, así. Por favor, que nadie insista en ello.

No, la culpa está en nosotros mismos. Quisiéramos no creer que el pecado del festival ha sido nacer en un tiempo (bajo el mandato de un gobierno de distinto signo) y en un lugar (en torno a Santiago y a sus caminos) equivocados. Pero, al margen de ociosas especulaciones, hay algo que está a la vista y no se puede esconder: los presupuestos de la Xunta de Galicia y de su Consellería de Cultura.

Por citar solo un ejemplo y ciñéndonos a la música clásica, es un hecho constatado que este año se ha empleado bastante más dinero en una serie de conciertos que, con una pompa autocomplaciente propia de nuevos ricos, agrupa, sin criterio sólido y bajo una denominación de dudoso gusto, a artistas de relumbrón, al alcance solo de unos pocos privilegiados con ganas de consumir una hora de teléfono para adquirir, a elevado precio, las pocas localidades que han salido a la venta, porque el resto (y las mejores) se ha reservado a políticos y otra gente importante, sus amantes y/o parejas oficiales (por este orden) y amigos de todos ellos, suponiendo que los tengan.

Sucumbir a esta tentadora y efímera recreación de fuegos artificiales que más temprano que tarde nos devolverá a la oscura y silenciosa noche (esto sí que es pan para hoy y hambre para mañana), sacrificando, con ello, un cuidado festival reconocido en Europa, que sabe lo que es y lo que representa, que mira con respeto a la música y a su variado público, al que ofrece entradas asequibles o gratuitas (este año menos), y que en pocos años ha conseguido arraigar y dar frutos, es una decisión equivocada que tenemos todo el derecho a criticar. En tiempos de crisis, tales errores constituyen el mayor despilfarro.

Esto no es ninguna tragedia y quizá no deba decirse que estamos indignados. Por otra parte, a nuestra honrosa edad, ya solo caben la tristeza y el cansancio.

Algunos de los aficionados al festival, los más veteranos que desde el principio lo apoyaron y los verdaderos amantes de la música, no asistirán este año, tal vez por pudor, tal vez porque el triste espectáculo de una criatura moribunda resulta cruel o indigno para sus ojos indefensos.

Otros, acaso los más impulsivos e ingenuos, hemos decidido seguir acudiendo. No hemos podido resistirnos a disfrutar de las pocas cosas buenas que a pesar de todo se ha podido conseguir (trabajo habrá costado). Y no abandonamos del todo la esperanza de que puedan venir tiempos mejores para el festival, si a su loable director le quedan fuerzas y ánimo para seguir adelante y, sobre todo, si la envidia y la estupidez humanas no lo impiden.

Un aficionado al Via Stellae.


We are all in the gutter, but some of us are looking at the stars.
Oscar Wilde

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